viernes, 19 de noviembre de 2010

La ligereza de una pluma.



Y sentir que ya nada duele, que has dado un primer gran paso.
Y sentir que no has muerto, que sigues vivo después de haberlo echo.
Y sentir que alguien te comprende, que no estas solo entre tanta gente.
Y sentir que ya nada da igual, que todo empezara a cambiar.
Y sentir que hay una luz, una pequeña y diminuta luz, que ha nacido en ti, que te ilumina, que te restaura, que aparta esa oscuridad que tanto tiempo llevas en ti.

Y sentir que puedes gritar por fin la verdad.

Ayer se lo dije. Le conté a una de mis mejores amigas que me gustaban los hombres. Que siempre había sido así. Y ella con una sonrisa me comento 'Tranquilo, siempre lo supe, era algo obvio en ti'.

Era una de esas tardes que te asomas por la ventana y ves que el mundo esta a punto de desmoronarse y esa lluvia incesante que mezclada con el viento, parece que va a arrastrar a aquellos arboles, que de repente se vuelven tan frágiles a simple vista, de esas tardes que no se escucha un solo sonido excepto el del ruido del viento golpeando las ventanas de tu caverna.

Parecía que el mundo se negase a querer que yo se lo dijera. Pero ya nada me detendría, llevaba mucho tiempo con este llanto que me consumía por dentro y después de tanto tiempo mintiendo, engañando y traicionando, necesitaba que mi boca emitiese, aunque solo fuese una vez, algo de verdad.

No tenía dinero para el metro, así que me decidí a andar. Ande durante mucho rato, pensando en que diría, en que cara la pondría cuando se lo dijese, en como reaccionaria. Tuve miedo, tuve miedo de que me rechazase, de que gritase, de que se asustase....

Y después de andar una media hora llegue al McDonalds donde nos habíamos citado. Y allí estaba ella tan puntual como siempre y con esa sonrisa que tanto me reconforta.

Nos sentamos en la mesa más alejada de local, huyendo del ajetreo que se formaba los días de lluvia y entonces tras mire por la ventana mientras ella pedía nuestra ración de patatas y vi que la bulliciosa ciudad que me había visto crecer , nunca me había resultado más siniestra y fría que ahora, las piernas me temblaban no sabía que decirla y entonces llego se sentó en frente mía y me sonrió. Y entonces no tuve duda, si ella no era capaz de asimilar lo que era, nadie más sería capaz de hacerlo

Y el resto quedara entre nosotros dos.

Siento que algo nuevo hay en el ambiente que esta tarde gris de noviembre, mi lúgubre y oscura habitación desde donde os escribo, ha podido entrar un poco de luz de la farola que hasta entonces nunca pudo iluminar la ventana.

Muchas gracias por escucharme otra vez más, mis invisibles amigos.

LNA.

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