domingo, 4 de septiembre de 2011

La Ciudad del Polvo.

Llevo lo que para mi son horas, en este inmundo taxi. La luz del Sol sale poco a poco en la Ciudad del Polvo. Veo el inmenso desierto en este páramo tan sucio, como antiguo. La muerte del santo es su nombre, y en su honor se levanto la más bella mezquita.

Vuelvo la mirada consternado al pequeño aeropuerto y me pregunto si saldré vivo. Extraño por primera vez a mi ciudad gris y rezo al Dios que me llevara a la horca, por que nunca pase eso.

El conductor con un marcado acento turco, me pregunta hacia donde debe girar, ella, cubierta por un velo le indica la dirección. No hay mucho tiempo en pesar todo el mundo que estoy a punto de descubrir, sale el Sol y su luz me ciega. La Ciudad del Polvo se levanta un día más y entonces observo toda la belleza de su pobreza.

Son las 9 de la mañana, y observo como el conductor turco frena en seco delante de unos antiguos edificios y la observo por primera vez en mucho tiempo. Fatima, con su chador negro me habré la puerta del taxi, su rostro no ha cambiado nada, y con un par de lágrimas en sus brillantes ojos verdes, me comenta todo lo que me ha extrañado, todo lo que me ha esperado estos años, todo lo que haría por que no acabase ese momento... y por un momento todo queda atrás, todo el dolor de esos hombres, toda la luz muerta, todo el hambre, en los ojos de mi querida Fatima consigo volver a encontrar mi pequeño paraíso perdido.

Y la luz surgió desde el fondo.

Fatima llama a sus hijos para que nos ayuden con las maletas y la bella anciana sube con calma las escaleras de esa vieja casa, con cuidado de no pisarse su bello chador negro.

Y entro dentro de la casa, la casa que me vio nacer, que me vio crecer, la casa que escucho mi primer llanto, la casa que marco mi destino y mi suerte. Ella llora viendo como Fatima nos sirve ese tan adorado té negro, es comprensible, hace demasiado que no la ve, Fatima la limpia los ojos con su chador y la ruega que lo deje ya, ella es anciana y no soporta ver a su hija llorar.

Subimos las escaleras y nos muestra nuestro cuarto. Fatima nos promete que hoy nadie nos molestara, comprende lo cansados que estamos, tantas horas de avión agotan a cualquiera. Ella nos prepara los futones a mi y al pequeño, mientras yo me pego mi primera ducha del día. El agua caliente recorre mi piel tostada y me limpia de toda preocupación, ya no hay miedo a la incomprensión, al descubrimiento, a la horca, ya no hay miedo a sus doncellas de negro ni a sus hombres con barba, solo hay paz.

Consigo a duras penas salir de la ducha y me seco un poco con la toalla blanca y rugosa. Duermo.

Me levanto. La luz del Sol ha conseguido colarse entre las persianas, y las risas de unos niños hacen que me despeque de mi apacible cama. Voy al baño y observo mi rostro. Me pregunto cuando sera mi hora, durante cuanto tiempo seguire vivo. Bajo las inmensas escaleras y abajo, con las mas bellas de las sonrisas esta Ella, y con ella su querida Fatima. Hoy han venido a visitarme sus hijas y con ellas sus queridos nietos. Juego con ellos al pilla pilla, mientras ha hurtadillas escucho, la preocupación que sienten por mi delgadez, parece ser que Ella es la primera vez que se da cuenta de eso y lo achaca a mi edad, supuestamente yo como bien.

Se hace tarde, Fatima prepara con la ayuda de sus hijas la comida. Sitúan una gran sabana sobre las preciadas alfombras, y colocan los platos y vasos. Después de un rato de espera, me siento y observo como poco a poco llegan los invitados, venidos de todo los lugares de la ciudad solo para vernos. Llega la cansada Fatima y se sienta. Empezamos a comer, me veo obligado a ello, siento sus mil miradas atentos a cada movimiento, hoy no podre satisfacer a Ana, hoy dejare de ser el Novio del Hambre.

Sus barrigas llenas hacen que les entre el sueño y todos sin excepción se van a dormir. Aprovecho para leer un rato una vieja edición de 'El Retrato de Dorian Gray'. Observo con fascinación como poco a poco la bella alma de Dorian, se mancha por sus pecados, reflejados en ese cuadro y como una y otra vez se niega a la salvación, hasta que al final es demasiado tarde, y me pregunto si no seré yo una especie de Dorian Gray, si no sera mejor aceptar lo que me propone el destino, si revelándome contra el mundo no hago mas que ensuciarme, si realmente ellos tienen razón y no soy mas que un pobre demente absorto en su enfermedad. Pero esos pensamientos no duran mucho en mi, intento alejarlos de mi cansada mente, esos pensamientos no conseguirán otra cosa que la propia muerte de mi interior.

Son las 6 y salimos del edificio. Observo las calles sucias, las casas sucias, los coches sucios y la gente sucia, La Ciudad del Polvo, hace honor a su nombre, La Ciudad del Polvo esconde la belleza de sus calles de barro, La Ciudad del Polvo niega la luz a su gente, La Ciudad del Polvo solo les cede el calor del Sol. Pero La Ciudad del Polvo jamás conseguirá acabar con la propia luz de la estirpe mi querida Fatima, esos ojos son la luz de un mundo desbastado por la crueldad, los ojos de sus hijas son la luz de la fuerza de un mundo tiranizado por la religión, los ojos de sus nietas son la luz de la esperanza del mundo por fin liberado. Ojala llegue ese gran día. Mi querida Fatima se que desea la libertad para sus hijos encima de cualquier cosa, por eso la mando a ella, a mi querida madre, tan lejos de sus brazos, y ella se lo agradece día tras día.

Las mujeres de negro y los hombres con barbas pueblan la ciudad, sus imponentes, respetuosos y siniestros pasos, me atemorizan, ellos simbolizan lo que siempre he odiado y por los que tantos han huido y muerto y ahora les tenia a todos delante y por decenas. Decido que no aguanto más la situación y ruego a Fatima que volvamos a casa. Se hace de noche y la Luna sale con la fuerza de su amado Sol. La luz de la Luna da un matiz extraño a La Ciudad del Polvo, renueva la fuerza de su gente, voces alegres se escuchan en cada esquina, músicas con letras que jamas seré capaz de entender se escucha en cada rincón, los neones iluminan el rostros de los jóvenes que salen por fin de sus celdas diurnas, aspirando, por fin, un poco de libertad, amparados por la oscuridad de la noche.

Son las 12, todos duermen mientras yo, incapaz de conciliar el sueño, escribo lo que sera una entrada en mi blog, en este trozo de papel, roto y desgastado ya, por los años que paso en este antiguo escritorio.

La luz de la Luna enciende por primera vez en mucho tiempo, la ya muerta luz del farol.


Lanocheazul.



''Dime, ¿quién no ha pecado estando en este mundo?
Dime ¿cómo ha vivido aquél que no ha pecado?

Hago yo el mal y tú castigas con el mal.

Dime, ¿qué diferencia hay entre tú y yo''