viernes, 28 de diciembre de 2012

Los ojos del poeta.

Hacía frió. Mi sangre estaba helaba, estancada, agarrotada, muerta y desheredada de cualquier color o forma. Hacia frió y temblaba. El susurro del vació, surgido de la soledad de mi lívido cuerpo me hacia tiritar. Una voz me volvía a llamar desde el fondo, exigiendo su tributo de carne, exigiendo mi vuelta a ese mundo sin rostro ni cuerpo, donde solo hay cabida para los huesos. Empezó como un inaudible sonido... siguió como el más profundo de los gritos. No pude más.

Esa noche quería desaparecer, borrarme y no volver la cabeza atrás. Esa noche fría  no quería ser yo, no quería ser nadie, quería dejarme arrastrar por ese estridente chillido. Accedí y no se como a verle. En mi mente no cuadraban las cosas, no concebía que al final las Moiras me hubiesen cedido esa luz que tanto tiempo llevaba exigiendo. 

Para salir de la oscuridad volví a entrar en ella. Pero esta vez no estaba solo, ahí estaban, alumbrando la escena, los ojos del poeta. Le vi, el fin de mi mundo se acercaba, solo quedaban unas cuantas horas.

Su luz me miro y los pilares de la tierra temblaron. No podía ser... Me estoy engañando. No hay criatura en el mundo capaz de alumbrarme, de liberarme de este encierro, no hay criatura que logre ya salvarme de la condena de marfil. 

Pero no fue así. El poeta me beso. Sus ojos, sus ojos me salvaron.

Escuche un breve quejido. Algo se había roto. Ya eran las doce y el fin de mi mundo había llegado. Y con él, otro nuevo habría de comenzar. 

Mi alma al final clamó victoria. En el borde de esa escalera, en aquella vejada esquina de la Ciudad Gris, el victorioso me beso, me beso, ME BESO. No se dio cuenta, pero sus labios rompieron mi condena, acabaron con las cadenas de la Kabbalah, asesinaron al Ayatollah y  maldijeron a sus discípulos. Con ese beso, el victorioso me hizo libre.

Ángel me llama ahora, pero no se da cuenta que fue su mirada la que me dio alas. 

Le miro. Lagrimas recorren mis interiores. No se cuanto durará esto, ni se si será eterno, solo se que por ahora no puedo vivir sin él. La mirada del poeta, de ese dulce y trágico poeta, hijo de la vil ciudad, fue la que recogió los pedazos de mi desierto y me hizo de nuevo, a partir de la sibilina tierra del erial. 




"Somos dos seres en uno, que amándose mueren."