jueves, 17 de enero de 2013

Damas y fantasmas.

Llueve una vez más en la sangrientada ciudad. Arboles expoliados de todo su esplendor  sucumben ante la inefable voluntad del tiempo y la única y vieja farola del parque, alumbra la escena al caer la noche. Sus umbríos hijos resurgen ante las paredes de las fachadas, ocultan al ojo todo aquello que nos es conocido y un mundo de formas sin figuras, de sonidos incorpóreos y de movimientos vacíos conquistan el paisaje.

Una vez más, llueve en la gangrenada ciudad y ella se asoma para ver el sombrío espectáculo. Una dama apoyada sobre el alfeizer contemplaba como la tempestad que azota los desgarbados arboles que pueblan su ventana, había conseguido alborotar su opaco cabello, raudas áspides en pos del viento. Poco quedaba de ella, difuso espectro en un hadal de tallos y ramas. Se había dejado llevar por el grito del viento, por el clamor de las iracundas gotas y por la cada vez más débil, luz de la farola. Un suspiro, un lamento, la nada. Todas las tragedias griegas en una sola mirada.

La noche había caído una vez más sobre la cruenta ciudad. El viento golpeaba sin miramientos la ventana y el eco de sus voces se acercaban, chirriaban, me alcanzaban... ya estaban aquí. Los fantasmas de mi pasado, como cada noche, conjurados por mis demonios eran evocados a la cruenta estancia. Los cuadros de Julio cobraron vida, los anillos de Daniel, la pulsera de Manuel, la destartalada palestina de Alejandro, el lacrado libro de Luis... Todos, se mostraron ante mi, aborrecidas visiones de mis muertos astros, restos de la luz que un día ocuparon este vació antro y me recuerdan una vez más, el hundimiento del último mensajero.

La noche había caído y la lluvia intentaba acabar con la inhumana ciudad. La infinidad de pasiones corrompidas por el anhelo susurraban maquiavélicos presagios con el nunca abatido, con el siempre victorioso. Musitaban en mis oídos lo demacrado del cuerpo del mensajero, el vació que se encontraba si se buscaba dentro, la frialdad y soledad de su deshabitado interior. Ni la luz del viejo autor francés, ni de los impertérritos Papas romanos, ni del nunca querido rey italiano podrían alumbrarlo eternamente. 

El siempre victorioso, se vería extenuado ante la nada de este vacuo Caín.

La noche había caído, la lluvia intentaba acabar con la brutal ciudad y los fantasmas de mi pasado, volvieron a ganar, una vez más.




"De nihilo nihilum"