miércoles, 11 de septiembre de 2013

Las bestias del fin del mundo.

El fin del mundo no se esconde tras un amanecer bañado en sangre, no se oculta tras una multitud gritando histérica en plena plaza, ni en una familia alrededor de la radio donde se da paso a la cuenta atrás. El fin del mundo radica en una misera caricia. Todo tiembla bajo su paso, cual catedral en plena sacudida, se rompen las vidrieras de mis ojos, los pilares que sostienen este cuerpo se desmoronan, se resquebraja el suelo de mis pies, nada vuelve a ser lo mismo, todo se derrumba y vuelve a nacer, el ciclo del hijo de Caín se cierra.

El despertar del hombre, surge tras el fin de su mundo, se levanta y contempla un cuerpo destrozado tras observar que nuevamente, todas las esperanzas puestas en esa misera caricia, no valen nada. Amanece en su nuevo mundo postapocaliptico, pero no hay muertos, ni un sordo silencio, ni una mañana gris enlutada, todo sigue igual, todo excepto él. Se pregunta nuevamente, que ha hecho mal... quién es él, por qué esta aquí. Intenta dar explicación a su desconsuelo rememorándose una y otra vez esos miles de seudónimos  puestos en la soledad de su fría caverna. Rememora... soy el hijo de Caín, el último mensajero, el hombre del polvo, exclama que nadie puede hacerle llorar, que nada puede romperle más, porque no se rompe lo quebrado. 

Se abre la veda entonces, desecha una oportunidad más, desecha una esperanza mas, una vida, unas noches en su compañía, los desecha porque jamás serán sus noches, si no las de él. Puede volver a hacerlo, puede sucumbir a la soledad y dejarse arrastrar a su lado, puede esperar que el tiempo haga de ese hombre, su nuevo amor, puede esperar... Pero lleva esperando toda una vida, lleva durmiendo en un sueño de esperanzas, amores vacíos y huesos quebrados. Ya va siendo hora de despertar.

Otro llega, igual que los demás, tal vez su despertar, seguramente lo sea. Hablan, se conocen, se ven, se miran, algo sigue sin funcionar, le besa, todo se vuelve a romper. El ciclo se vuelve a cerrar. 

Un hombre abocado a contemplar su destrucción cada noche, un hombre cuyo fin se cierne sobre él cada vez que se pone el Sol, cuando llega la fría y extraña noche, no es más que sangre y dolor, siempre sangre y dolor. Y vuelve a amanecer y se vuelve a cubrir de pieles, sabiendo que esa misma noche, como otras tantas desde el día que llego cubierto de polvo y gritos, será su fin. 

La noche azul al final ha caído, vuelve a ser el final del vástago de Caín. Solo quedara esperar al Sol...




"¿Quién besará mis ojos para darles la luz?"